¿Cómo los Médicos Mueren?
Hace algunos días leí un artículo
muy emocionante, escrito por el médico Ken Murray, de la University of Southern
California*. En el texto él cuenta la historia de un amigo, ortopedista, que
algunos años antes recibió el diagnóstico de cáncer de páncreas. A pesar de
estar en las manos de un gran cirujano, el ortopedista recusó el tratamiento.
Se fue a su casa, buscó quedar el máximo de tiempo posible con su familia y
optimizar su calidad de vida a través del control de los síntomas de la
enfermedad. Algunos meses después, el falleció en casa. No recibió
quimioterapia, radioterapia y otros tratamientos quirúrgicos. Nada.
El hecho es que, por increíble
que parezca y por más incómodo que sea, médicos también mueren. Y no les gusta
la idea de morir, tanto como a cualquier otra persona. Lo que es diferente
entre los médicos no es a cuantos tratamientos ellos tienen acceso en
comparación con los otros pacientes, y sí a cuán menos tratamientos ellos
mismos se someten. Los médicos tienden a ser más serenos y realistas cuando
encaran la posibilidad de morir. Ellos saben exactamente lo que les va a pasar,
conocen sus opciones y generalmente tienen acceso a todos los tratamientos
disponibles. Pero parten suavemente, de forma casi que sumisa.
Está claro que médicos no desean
morir. Ellos quieren vivir. Pero ellos saben lo suficiente sobre la medicina
moderna para conocer sus limitaciones y comprenden de forma profunda lo que las
personas más temen: morir en gran sufrimiento y solas. Médicos acostumbran
hablar de eso con sus familiares. Dejan claro que, cuando sea su hora, no
quieren a nadie rompiendo sus costillas en el intento improbable de
resucitarlos. Muchas veces, hablan sobre eso pocas horas después de que ellos
mismos hayan hecho exactamente eso con sus pacientes (yo mismo ya lo hice). La
mayoría de los médicos ya vio (y practicó) demasiado lo que llaman de “futilidad
médica”, que ocurre cuando es utilizado todo el arsenal más moderno disponible
para tratar a una persona gravemente enferma, que está claramente en el final
de su vida. Ellos ya vieron personas siendo cortadas, perforadas con tubos y
agujas, conectadas a máquinas ruidosas (y sedadas para soportar tal tortura),
además de la infinidad de remedios corriendo en sus venas. Y muriendo pocos
días (hasta horas) después. Yo ya escuché de colegas angustiados frases como: “Prométeme
que, si un día yo estoy en ésta situación, vos me dejarás partir. No dejes que
hagas esto conmigo”. Y es así mismo.
Pero, entonces, ¿porque es que
ellos hacen eso a sus pacientes? ¿Por qué hacen con otros lo que abominan para
sí mismos? El gran problema aquí es también quizás el origen de todos los
problemas del mundo: la mala comunicación. Una familia que ve a una persona
querida en grave sufrimiento frecuentemente hace pedidos de éste tipo “Doctor,
haz todo lo que puedas por él”. El médico a su vez, escucha “Por favor, use
todas las estrategias que Ud. conozca para tratar éste caso”. Y la pesadilla
comienza. En realidad, la traducción del pedido angustiado de la familia
posiblemente era “Doctor, haga lo que pueda para aliviar su sufrimiento. Él no
merece vivir de ésta manera”. El abordaje, probablemente, sería de otra manera.
La misma confusión puede ocurrir cuando el médico pregunta a su paciente si él
desea continuar con el tratamiento. El paciente puede entender que, si dice “no”,
será abandonado por el médico y morirá exactamente de la forma que teme:
sufriendo y solo. El mismo paciente podría responder con un gran y aliviado “si”
si escuchara un propuesta del tipo “Su enfermedad no está respondiendo a los
tratamientos que hemos intentado, y éstos lo están dejando aún más debilitado y
frágil que el propio cáncer. ¿Qué le parece si paramos de preocuparnos con su
enfermedad y nos pasamos a enfocar nuestros esfuerzos en mejorar al máximo su
convivencia con ella, con su calidad de vida?”.
El hecho es que todos nosotros,
pacientes, médicos y familiares, sufrimos las presiones del sufrimiento
extremo, del tiempo, del sistema de salud, de la propia formación médica y de
las creencias culturales en la hora de tomar una decisión drástica. Pero
solamente los médicos saben lo que ocurre después. Ellos tienden a no aceptar
tratamientos excesivos y con pocas probabilidades de éxito. Muchos buscan
formas de morir en sus propias casas, esmerándose en el control del dolor y
otros síntomas, buscando significado para sus propias vidas y ofreciendo lo
mejor de sí a las personas que aman. La propia literatura médica ofrece base
para ese tipo de decisiones. Estudios han demostrado que personas con cáncer
hospedadas en centros de tratamiento o acompañadas por servicios de Cuidados
Paliativos viven más (y mejor) que aquellas con el mismo diagnóstico, pero que reciben
tratamientos oncológicos hasta el final de sus vidas.
Nos cabe a nosotros, médicos,
ofrecer a los pacientes toda la información que tenemos disponible. Nos cabe a
nosotros permitir que ellos comprendan que la muerte no es algo a ser evitado a
toda costa, y si un momento de la vida, como cualquier otro. En muchas
situaciones, ella simplemente no puede ser evitada, apenas adiada, retrasada, y
el costo puede ser un sufrimiento intenso y desnecesario. El “prolongamiento de la vida” puede, en realidad, ser apenas el
prolongamiento del proceso de morir. Muchas veces, con el paciente en gran
sufrimiento y solo. Un gran motivo para que los médicos no queramos pasar por
eso.
Dr. César Arriola Acosta.
*El texto completo del Dr. Murray
que les comenté al principio puede ser accesado en el siguiente link: http://www.saturdayeveningpost.com/2013/03/06/in-the-magazine/health-in-the-magazine/how-doctors-die.html/2